De nuevo en cuarentena (22 de diciembre)

Ayer el número de nuevos infectados bajó drásticamente; de estar alrededor de los mil quinientos casos pasamos a tener prácticamente la mitad. Si dejamos de lado la cuestión de cuántos test se están haciendo y dónde, cualquiera podría decir que se trata de una buena noticia. Lo es, pero no hay que olvidarse de una cosa: los test no reflejan la realidad epidemiológica actual, sino la de dos semanas atrás.

Aclaro este último aspecto, porque quien haya salido de su casa los últimos días para dar una caminata, bien se habrá preguntado: pero ¿esto se llama cuarentena? El tráfico volvió a ser ensordecedor, las veredas están llenas de gente que va y viene, paseando, comprando, mirando las vidrieras… Sí, no lo niego, todos con una mascarilla –mal o bien puesta, no importa– y todos solos o a lo sumo de a dos o tres.

El relajamiento salta a la vista: pocos respetan la directiva de la distancia mínima de dos metros en las colas, hace tiempo que no veo a la gente ponerse un chorrito de gel con la solución alcohólica antes o después de entrar a alguna oficina o negocio, etc.

Por esta razón pienso que de acá a dos semanas las cifras van a volver a ser preocupantes. Y si uno piensa que las autoridades ya han permitido las reuniones familiares para estas fiestas -y que por lo tanto van a cerrar los ojos ante el movimiento masivo que se prevé desde la Nochevieja hasta el Día de Reyes-, hay motivos para pensar que el cuadro epidemiológico para mediados y finales de enero va a ser alarmante.

Claro que, vistas así las cosas, parece injusto que no todos puedan beneficiarse del relajamiento. Hay sectores de la sociedad que están pagando el pato: los cines y los teatros siguen cerrados, los restaurantes y los bares no trabajan (o solo preparan comida para llevar), los juegos en las plazas siguen clausurados y, tal vez lo más triste de todo, los chicos pasan los días sin ir a la escuela.

A los negocios pequeños y medianos, los típicos negocios de barrio que casi no venden online, se les permitió abrir pero sin que entrara la gente al local. Ayer veía que todos han puesto un obstáculo a la entrada, una mesita, por ejemplo, y que los comerciantes atienden a los clientes desde dentro, mientras fuera se va formando una filita.

Tengo la sensación de que acá en Grecia hemos desembocado en una zona gris, no exenta de hipocresía. Por un lado, está claro que mantener un confinamiento estricto, como en el primer semestre, tendría costos económicos y psicológicos insostenibles. Por otro lado, dejar que las cosas vayan como si ya no existiera el coronavirus llevaría a que pronto colapse el sistema sanitario. La sociedad ha encontrado un paso entre Escila y Caribdis, pero que no es igual de conveniente para todos.

Por momentos me pregunto qué le contaremos a nuestros nietos del 2020. ¿Le diremos cómo, para bien o para mal, nuestras vidas cambiaron literalmente de un día para otro, en aquella segunda semana de marzo? ¿Volverá la normalidad en algún momento de 2021, algo así como a mediados del año? ¿O la pandemia se extenderá hasta 2022? (No es descabellado pensar de esta manera en vista de la nueva cepa del SARS-CoV-2 que ya está causando alarma en Gran Bretaña.) ¿O será que no volveremos más a la normalidad, tal como la hemos conocido hasta ahora? Los epidemiólogos no descartan que después de esta pandemia venga otra –u otras– y los científicos de todas las especialidades nos previenen contra las consecuencias del cambio climático en ciernes. Todo esto parece apocalíptico, pero no olvidemos que los estudiosos hace años que nos venían advirtiendo acerca de que podía venir una epidemia devastadora, y todos hicimos oídos sordos.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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