Cuando los otros días nos reunimos a tomar un café, Edu arrastraba una pila de libros; encima de todos estaba Cara de pan, una novelita de Sara Mesa. Me preguntó, “¿querés llevarla?”. Dudé un momento y le respondí con otra pregunta, “¿está buena?”. Edu entornó los ojos, tomó aire como si quisiera lograr una visión de conjunto de la lectura recientemente hecha y, al cabo de unos segundos, me dijo sin énfasis aunque sin titubeos: “Sí, llevátela”.
Efectivamente, la novelita está bien escrita; tiene la dosis justa de suspense como para leerla de un tirón en una tarde libre (y no arrepentirse luego del tiempo empleado de ese modo).
Hay algunos desaciertos, todos ellos perdonables, incluido el del título.
En el fondo, es la historia de una amistad. Dos personas muy distintas entre sí necesitan desesperadamente un amigo, y dan con él, al encontrarse de casualidad.
Pero las diferencias de sexo y de edad entre ambos protagonistas generan la primera dificultad: él es un viejo y ella una adolescente. Para colmo, estas diferencias se ven agravadas por las circunstancias. Él es un solterón desocupado con algunas taras; ella, una niña-joven insegura, acomplejada tras haber sido repetidamente víctima de “bullying”.
Cuando ambos están solos, alejados de los prejuicios y las presiones sociales, pueden ser los seres más racionales del mundo. Pero los preconceptos y la dinámica de la sociedad de los “normales” terminan arrastrándolos a un círculo vicioso del estilo: estigmatización por parte de los “normales”; internalización de la condena; comportamiento conforme a la imagen internalizada; ratificación e intensificación de la condena por parte de los “normales”, y así sucesivamente.
Porque ambos, en su intimidad son puros y, para lo que les interesa, son aplicadísimos.
La novela de Mesa se compone de dos partes, una larga primera parte (“En el parque”) y otra más breve (“En la cafetería”), que hace las veces de un extenso epílogo.
En resumidas cuentas, la historia es esta. La adolescente, inhibida por los comentarios hirientes de sus compañeras, desencantada de la educación formal, con un cuerpo que cambia sin saber bien cómo ni hacia dónde y, para colmo, con padres incapaces de darle la contención afectiva necesaria, decide de buenas a primeras abandonar la escuela. Así, cada mañana en vez de ir al instituto, se dirige a un refugio que ha encontrado en un parque de por ahí.
Una mañana aparece en ese lugar secreto un viejo. Al lector aquí se le paran las antenitas: atención, otra historia de viejo verde que abusa a menor ingenuo. Pero no es así, y hay que resaltar como algo positivo en que Mesa haya tenido in mente un destino más interesante para sus personajes. Porque pronto nos enteramos de que el viejo en el pasado fue víctima de un abuso, o de muchos abusos, y su libido parece haberse extinguido. El viejo ha sabido encontrar una manera de tolerar la dura realidad que le tocó vivir entregándose a sus hobby, la ornitología y la música.
Para la adolescente, esta inesperada amistad, que va abriéndose paso a paso a medida que caen las barreras de la desconfianza, es como un bálsamo, como una tabla que la salva de un posible naufragio. Es más, esa amistad se convierte para ella en un verdadero catalizador: ahora empieza a darles cabida a sus primeras fantasías sexuales.
Pero es justamente acá donde el diablo mete la cola, porque resulta que la adolescente va a ir plasmando esas fantasías en un diario íntimo. Y ese diario se volverá un testimonio, una prueba, un arma, cuando el viejo y la adolescente sean expulsados del edén en que se encuentran.
¡Ay de aquellos que ciegamente creen que todo lo que uno vierte en las páginas de un diario íntimo son reflejos fieles de la realidad vivida!
El factor desencadenante de la tragedia es claro: las mentiras tienen patas cortas, es decir, ningún adolescente puede engañar indefinidamente a sus padres. Así, un día papá y mamá terminan por saberlo todo.
Si tú, querido lector, te desayunaras un día de estos con que tu hija o tu hijo hace meses que no va a la escuela, que se pasa todas esas horas en el “refugio” de un parque y en compañía de un viejo desconocido sin familia ni trabajo, ¿cómo reaccionarías? ¿No es cierto que toda tu corteza progresista se descascaría en unos segundos para que salieran a la luz las fibras del duro leño de las disposiciones ancestrales?
Dejo aquí el racconto para que los interesados vayan a leer el libro. Solo anticipo que el final es muy humano y que si bien no evita todos los lugares comunes del caso, sí lo hace con la mayoría.
Una última aclaración: dije que el tema principal de Cara de pan es la amistad; también habría podido decir, desde otra óptica, que es el lenguaje. Cada sujeto y cada grupo social desarrollan su propio lenguaje, lenguaje que luego les resulta incomprensible o ajeno a los otros, a los supuestos interlocutores. Por ejemplo, los psicopedagogos tienen un lenguaje pomposo y sofisticado para describir y explicar el comportamiento de los alumnos problemáticos; pero ese lenguaje es abstruso para quienes debieran ser sus destinatarios, los padres y sobre todo los alumnos mismos. Así, en el mundo de Cara de pan abundan los lenguajes especializados de los distintos grupos sociales… ¡y falta la comunicación!
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