Unas palabras sobre Juan Carlos Onetti e Ida Vitale

Lo que sigue es el texto que leí ayer en la mesa redonda organizada en la Fundación María Tsakos.

Este es un homenaje, humilde homenaje, a dos grandes autores uruguayos: Ida Vitale y Juan Carlos Onetti. Ambos ganaron el premio Cervantes de literatura, el más distinguido galardón en nuestra lengua. Onetti lo recibió allá por 1980 y Vitale, hace unas pocas semanas.

Muchas cosas tienen en común estos autores pero también hay muchas que los separan. Por lo pronto, Onetti se destacó en la narrativa (el cuento, la novela breve y la novela). En cambio, Ida Vitale nos ha legado poemas y ensayos inolvidables.

Sería muy caballero de nuestra parte comenzar por las mujeres, por Ida Vitale, pero preferimos empezar por Onetti. Y lo hacemos para que el recorrido por los arduos párrafos onettianos se vea finalmente recompensado por los suaves versos de Vitale.

Onetti no es simplemente un escritor, un “escribidor”: es un demiurgo, el creador de un mundo, un “universo Onetti”, de Santa María, esa ciudad poblada de seres, atmósferas, situaciones y acontecimientos sumamente característicos.

Nunca es fácil entrar en ese “universo Onetti”, pero una vez dentro es igualmente difícil salir de él, es difícil abandonar Santa María. Y es que la literatura de Onetti ejerce una fascinación muy especial.

Onetti ha sido acusado de malditismo, de insistir en la condición maldita de los hombres. Pero, vistos de cerca, los personajes de Santa María muestran un inusitado grado de maldad y de ternura a la vez, de escepticismo y de ingenuidad, de odio y de amor, de abyección y de pureza.

Por cierto, en el universo de Onetti no hay hombres extraordinarios, no hay héroes ni santos. Todos son “parias espirituales” y “desterrados morales”, en el decir de Fernando Aínsa, todos son, como el Bob al que se le da la bienvenida, “hombres deshechos”.

Onetti no es solamente el creador de un mundo propio, sino también de un estilo inconfundible e inimitable. Cada uno de sus párrafos es como una pieza de hierro forjado. Es escritor ha ido martillando ese duro material que es la palabra hasta darle una forma precisa. El resultado no es un objeto útil, una mesa o una puerta, sino una obra de arte, una escultura.

¿Pero cómo narra Onetti? Por lo pronto, él casi nunca nos presenta un acontecimiento directamente, sino que va avanzando hacia su objetivo en zigzag. Esto último no se debe a un capricho del escritor, sino que nace de una convicción profunda: no es posible abordar directamente las cosas. Toda aproximación es siempre necesariamente tangencial, indirecta, lateral. El que pueda haber acceso inmediato a la realidad última no es más que una de nuestras tantas fantasías, tal vez la más dañina.

Leer a Onetti es siempre una experiencia ardura y reconfortante. Es como ir subiendo a una montaña por un sendero estrecho y pedregoso. Todo es posible: extraviarse e incluso despeñarse. Pero a los perseverantes les esperan muchas recompensas. Por lo pronto, a veces el sendero por el que nos conduce Onetti nos permite una visión magnífica y sinóptica de la realidad que hemos dejado abajo.

Claro que podemos caracterizar la escritura de Onetti de cerebral. Es más, hay algo de acertijo por descifrar en cada uno de sus relatos. No son relatos policiales en sentido estricto, pero sí conservan la arquitectónica del relato detectivesco. El lector desprevenido, ingenuo o perezoso va a cerrar el libro con la desconcertante sensación de “no haber entendido nada”. Por el contrario, el otro lector, el lector prevenido y voluntarioso, sabe que después de una segunda o incluso de una tercera lectura, después de armar las complejas piezas del rompecabezas, podrá dar con la clave y contemplar la estructura profunda del relato.

Nadie lee Onetti para distraerse o para divertirse. La lectura de Onetti es, más bien, parte de una búsqueda interior. Queremos saber quiénes somos y por eso leemos a Onetti. Previsiblemente, no hay respuestas claras a esa pregunta y mucho menos respuestas tranquilizantes.

Y es por esto mismo que los relatos de Onetti están habitados por hombres solitarios y desengañados, seres que han aprendido que no hay valores últimos y que todo a lo que podemos aspirar es a un estado de resignación que nos permita aceptar al mundo y aceptarnos a nosotros mismos tal cual somos. Dotados de una lucidez extrema que los ha llevado al desengaño, los personajes de Onetti han entendido que no es posible cambiar el mundo, pero, eso sí, es posible al menos sustraerse a sus embelecos.

Así, los protagonistas de Onetti como Larsen o el doctor Díaz Grey no llegan al final de la historia a la calma beatífica del que ha podido conocerse a sí mismo, pero tampoco desembocan en la angustia desesperante de la filosofía existencialista. En todo caso, son seres que han madurado en su fatalismo, y que por ello aparecen más resignados que angustiados. Como en esos versos de Luis de Góngora que citaba Vitale: “Dirán que es melancolía, / y no es sino desengaño.”

Quisiera decir unas palabras sobre la técnica narrativa de Onetti: el narrador de sus cuentos y novelas es siempre un ser poco confiable. Tenemos que tomar con pinzas lo que nos dice. Porque a veces nos quiere engañar a nosotros, los lectores; otras veces parece que quiere engañarse; pero lo cierto es que siempre sus conocimientos son escasos y fragmentarios. Por ejemplo, en una de sus novelas un personaje antes de revelarnos algunos secretos nos advierte: “Decir toda la verdad es imposible. Y no por el deseo de ocultar algo, sino porque los recuerdos se sumergen en la misma atmósfera de los sueños. Más profundamente, mientras pasa el tiempo.” (Cuando entonces)

Para colmo, el narrador de Onetti nunca se nos revela plenamente. Poco terminamos sabiendo de él, qué hace, cómo es su aspecto exterior, cuál es su pasado, etc.

Por otro lado, cuando escribe, Onetti divide sus relatos en varios capítulos y apartados, y así cada uno de ellos nos va dando pistas desde narradores cambiantes. No hay un punto de vista, por imperfecto que sea, que se mantenga a lo largo de todo el relato, sino que vamos presenciando una pluralidad de voces con las cuales tenemos que reconstruir la trama.

Por supuesto, estas idas y venidas por distintos narradores se va complicando a medida que la narración va y viene en el tiempo. Los saltos temporales son una constante en Onetti, ese acróbata que con una facilidad poco común puede ir saltando adelante y atrás en la línea del relato.

Para concluir esta primera parte de mi intervención, quisiera señalar otro aspecto de la narrativa de Onetti, es el de los distintos planos de realidad o, mejor dicho, de fantasía que se van trenzando. El escritor Onetti sabe que está dando lugar a una ficción, a un personaje por ejemplo llamado Brausen. Ahora bien, Brausen, desencantado del mundo e indolente de por sí, pasa sus días echado en la cama, fumando e imaginando otro mundo. De tanto empeñarse por imaginar un mundo ficticio que lo redima de su realidad mediocre, ese mundo (la ficción en la ficción), empieza a tener vida propia. De golpe Brausen deja de ser un soñador encerrado en un cuarto de mala muerte en Buenos Aires para pasar a ser el doctor Díaz Grey, el médico de Santa María.

Como en Jorge Luis Borges y en Luigi Pirandello, este proceso puede arribar a un punto vertiginoso, y es cuando los personajes parecen haberse vuelto independientes del creador, se rebelan e incluso se vuelven ellos mismos creadores… ¡hasta terminar inventando un personaje que, casualmente (o no), se llama Jorge Luis Borges, o Luigi Pirandello, o Juan Carlos Onetti. La moraleja salta a la vista: la ficción está llena de realidad y, a la vez, la realidad está hecha de ficción.

* * *

Es hora de pasar a Ida Vitale, de descansar unos minutos en la sombra de su poesía. Y no es que esa frescura se deba a que su visión resulte más ingenua que la de Onetti, o su escritura más lineal. Se debe, más bien, a que en sus versos se respira sosiego y comprensión. No habla una mujer que busca seducir y confundir, sino una amiga que quiere tranquilizar y reconfortar.

Quisiera detenerme simplemente en dos aspectos. El primero tiene que ver con los límites de nuestro conocimiento, con la fragilidad de nuestro saber. Ya vimos el modo algo crudo con que Onetti aborda este hecho. En Vitale, en cambio, la reflexión sobre la duda toma la forma de una oración, de una plegaria dirigida por cierto no al Dios de la seguridad dogmática, sino a un cambiante dios de la negación y la búsqueda.

Así, en su poema “Escepticismo” dice

Dios de la controversia,

concédeme el olvido

de las mentiras en las que pude creer,

otórgame el perdón

por las verdades que sostengo

a las que quizás un giro de la tierra

vuelva falsas.

 

Debo disculparme por no poder ofrecerles una traducción al griego. Un par de poemas de Vitale ha aparecido en una antología titulada Γενική ανθολογία σύγχρονης Λατινοαμερικανικής ποίησης, antología que a pesar de llamarse “contemporánea” se detiene en 1975, cuando Vitale seguía explorando nuevos caminos. Seguramente, en los próximos meses contaremos con una traducción de, al menos, los poemas más representativos de la producción de esta escritora, producción que viene extendiéndose ya por más de setenta años.

El segundo y último aspecto que quisiera mencionar tiene que ver con esa mezcla de resignación y de perseverancia que caracteriza a los protagonistas de Onetti. Ese mismo espíritu resignado y, a la vez, perseverante es el que emana de poemas de Vitale como “La batalla”. El desengaño no debe llevarnos a claudicar en la lucha, sino a afirmar la vida a pesar de todo, parece decirnos. He aquí el poema:

¿Quién, resonante

baja por la noche,

sino palabra apolo

con sus flechas furiosas

que hierven al oído

como abejas?

Maligna, triste, silenciosa peste

sobre aquel que rehúye la batalla,

si dentro sintió el fuego.

Para el que acepta,

diaria, contrincante muerte.

Acerca de Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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