En la Antigüedad, Eretria era una polis próspera. Llegó a ser la segunda ciudad más importante de la isla de Eubea; la búsqueda por la hegemonía sobre la isla la enfrentó con Calcis. Si bien Eretria perdió la guerra, la ciudad pronto se repuso.
Su simpatía por Atenas y por la causa de las polis jonias que se rebelaban contra los persas le valió una fuerte reprimenda: Darío hizo destruir Eretria en su avance por el territorio heleno, mientras su ejército se encaminaba, amenazante, hacia Atenas. Muchos eretrios fueron tomados como esclavos y llevados por la fuerza a Persia. (Tres generaciones más tarde, Alejandro Magno, tras derrotar al antiguo enemigo, visitaría los nietos de aquellos desplazados.)
Eretria fue desde sus inicios una metrópoli, una ciudad que fundó muchas colonias importantes en el Mediterráneo.
Dotada de un gimnasio, de un teatro, de una acrópolis con un templo dedicado a Apolo, Eretria contó hasta con una escuela filosófica.

Rumbo al gimnasio y la acrópolis
Más tarde, los romanos terminaron dominando la ciudad. Construyeron los baños, cuyas ruinas han quedado en el centro de la ciudad moderna.

Baños en el corazón de la ciudad
Pero luego Eretria comenzó a perder importancia. Con los siglos, la ciudad quedó deshabitada, y la tierra empezó a tapar lo que ya eran solo ruinas. Mucho tiempo más tarde, en 1824, tras la revolución griega, algunas familias que habitaban la isla de Psará, en las costas del Asia Menor, buscaron un nuevo lugar para asentarse, acosadas por los otomanos. Eligieron la benigna zona junto al mar donde antes habían prosperado los eretrios. Al principio llamaron a la ciudad Nea Psará, en recuerdo de su patria, pero con el tiempo se impuso la vieja denominación, Eretria.

La costanera de Eretria, vista desde el ferri que une la ciudad con Ática
Desde hace unas décadas, arqueólogos griegos, norteamericanos y suizos, entre otros, comenzaron a excavar Eretria y los alrededores. El trabajo dio algunos frutos: pronto salieron a la luz, como despertados de un letargo de siglos, vasijas, estatuillas, parte del frontispicio del templo de Apolo, estatuas de tamaño natural, joyas, tumbas, estelas, piedras de molinos… Casi todos esos objetos, hoy expuestos en el museo de la ciudad, nos asombran por su terminación, por sus colores, por la gracia de sus diseños.

Objetos expuestos en el Museo Arqueológico de Eretria
En realidad, el museo es pequeño: cuenta apenas con dos salas de mediano tamaño. Algunas piezas están en el Museo Arqueológico de Atenas, otras -¿quién sabe?- se habrán perdido o habrán terminado en manos de coleccionistas inescrupulosos… y muchas otras piezas estarán esperando ser desenterradas, algún día.
El edificio del museo, como tal, no se destaca por su arquitectura. En todo caso, lo fabuloso es el parque que lo precede: árboles inmensos parecen cobijar decenas de epitafios, de tumbas, de capiteles.

Entrada al museo
No muy lejos de allí, están el teatro (en estado calamitoso) y el gimnasio. Un grupo de arqueólogos y restauradores trabaja actualmente en las ruinas del gimnasio protegidos bajo una lona del implacable sol del mediodía.

Lo que queda del antiguo teatro

Trabajo de arqueólogos y restauradores en el gimnasio
Y más allá, la Casa de los Mosaicos, una estructura cerrada que protege los pisos de una antigua villa.

Mosaicos