Alguien podría preguntarse, ¿pero por qué religiosidad? ¿y espiritualidad para qué? ¿Acaso no se puede vivir sin ningún tipo religión? ¿No sería incluso deseable que el individuo del mañana sea científico, sea político, sea artista, sea filósofo – pero no religioso? Freud citaba en El malestar de la cultura los versos de Goethe (“Quien posee ciencia y arte,/también tiene religión;/quien no posee aquellas,/qué tenga religión.”) y luego reflexionaba que la ciencia, el arte, incluso el yoga nos dan la posibilidad de trascendernos y de encontrar cierta satisfacción, cosas que antes sólo ofrecía la religión al precio de aceptar una ilusión.
Creo que es difícil dar una respuesta que dé cuenta de todos los casos. William James ya decía que hay distintos tipos de carácter, de sensibilidad y de conformación intelectual entre los individuos, y que esto condiciona en cierta medida la doctrina filosófica que estos adoptarán. Sostenía que, por ejemplo, las personas de carácter fuerte y rudo tienden a abrazar el realismo, mientras que los delicados prefieren el idealismo. Probablemente haya personas para quienes, en virtud de su conformación, la religión “no les diga nada”, incluso poniendo buena voluntad en la escucha. Hay personas que se desviven por la comida, y otras a quienes les son indiferentes incluso los manjares más exquisitos. Pienso que en algunas personas existe una suerte de “predisposición” más o menos “natural” hacia lo religioso, mientras que en otras no.
Otro punto importante es el hecho de cómo fue educado el individuo de niño. Es probable que quienes fueron criados por padres ateos en un contexto ateo o al menos indiferente hacia la religión, luego de adultos no desarrollarán un vínculo con esta. Hay ciertas actitudes o modos de ser y de relacionarse con el mundo que si no fueron inculcados en la infancia, luego no se pueden adquirir más, o sólo en casos aislados. Ralf Dahrendorf utiliza el término alemán “Ligatur” para referirse a este fenómeno. Quien crece sin ningún tipo de contacto con la religión (o con el arte, o con la política), no adquiere un “vínculo” profundo con tales actividades, lo que de algún modo condiciona la biografía posterior de la persona.
¿Pero entonces el valor que pueda tener la religiosidad depende del carácter de cada uno y de la educación que haya recibido? Sí, en buena medida es así. De todos modos, creo que se puede sostener que la religión es una manera básica y por tanto universal con la cual el hombre se relaciona con el mundo y consigo mismo. Así como el hombre se relaciona con el mundo en términos de bueno o malo, de bello o feo, de verdadero o falso, de útil o inútil, de la misma forma el par antitético sacro / profano representa una modalidad básica de nuestro ser. Las religiones tal como las conocemos hoy, cristianismo, budismo, etc., podrán modificarse radicalmente en el futuro, incluso podrán desaparecer. Lo que no desaparecerá es el modo de vincularse del hombre con el mundo en términos de sacro y profano, o si se quiere, divino y mundano.
Pero, en definitiva, ¿cuál es el valor de la religiosidad o espiritualidad? Sospecho que el punto es este: quien es religioso y cultiva la espiritualidad es capaz de ver el mundo, o al menos partes del mundo, como algo divino. Lo ve no necesariamente como algo bello, pero sí como algo sublime. Por eso el mundo se vuelve para la persona religiosa como un gran templo que se camina con reverencia y devoción. Para tal persona el mundo no se vuelve siempre cálido y acogedor, pero sí admirable y maravilloso.
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