Es importante distinguir el “suicidio asistido (por un médico)” de toda otra forma de suicidio “racional”, sea con la ayuda de otras personas o en soledad. El suicidio asistido por un médico – lo que en inglés se denomina “medical-assisted suicide” – es un tipo de ayuda muy concreta que el medico o un enfermero autorizado por este presta a pacientes que se encuentran en la fase terminal de una enfermedad incurable. Se trata de pacientes que carecen de toda perspectiva de mejoramiento; es más, se saben ya en una fase terminal que puede extenderse por semanas o meses. (En casos muy raros podría tratarse de pacientes con una enfermedad grave e incurable, y con una probabilidad más o menos importante de que esa fase terminal pueda extenderse más allá de los seis meses).
Otra condición central del suicidio asistido es que el paciente sea consciente de su estado y se halle informado (sepa qué enfermedad padece, cuál es su diagnóstico y cuáles son las terapias a que se lo somete). En este sentido, el paciente debe expresar voluntaria y repetidamente su intención de terminar con su vida, abreviando así la duración de una existencia que se le ha vuelto insoportable, no sólo por los sufrimientos físicos que padece sino también por la angustia de verse reducido a un estado que considera indigno o alienante. Piénsese, por ejemplo, en el caso de pacientes que padecen de un cáncer terminal, en que el dolor desgarrador sólo puede calmarse con altas dosis de morfina que terminan mellando las facultades cognoscitivas del propio paciente. O pacientes que sufren de una distrofia muscular que progresivamente les imposibilita realizar las acciones más simples como respirar, agobiados no solamente por el malestar, sino por una existencia que se les ha vuelto una carga, incluso una afrenta a su dignidad. El suicidio, es este caso, no hace sino acelerar la llegada de una muerte que de todos modos sobrevendría en un breve plazo, ahorrándole así al paciente adicionales sufrimientos físicos y morales sin sentido.
En todos estos casos se habla de suicidio asistido por un médico porque es este quien, tras consultar con al menos otro colega sobre el estado físico y mental del paciente y de evaluar conjuntamente las probabilidades de mejora, suministra al paciente los medios para finalizar con su vida. En algunos casos, el paciente debe solamente llevar a su boca una pastilla que le entrega el médico en la mano. En otros, debe solo apretar reiteradamente la tecla de una computadora para así disparar un mecanismo que termina por inyectarle la sustancia letal (pentobarbital).
El suicidio asistido por un médico no es, por tanto, un recurso con que cuentan jóvenes o viejos que se han «cansado de la vida». Confundir una cosa con otra puede ser contraproducente para la campaña que realizan las asociaciones laicas en miras a la legalización del suicidio asistido para enfermos terminales.
Seguramente existen otros casos de “suicidio racional” no ligados a la inminencia de una muerte en la fase terminal de una enfermedad. Lo que cuesta imaginar son casos de suicidio racional en situaciones que no sean “catastróficas”, como una guerra o calamidad. Por ejemplo, podría ser racional suicidarse antes de caer en mano de una milicia enemiga cuando se sabe que esta lo sometería a uno a torturas aberrantes hasta matarlo. (Tal vez se trató también de un «suicidio racional» lo que hicieron decenas de oficinistas el 11 de setiembre de 2001. Era preferible arrojarse al vacío de una vez a soportar el infierno de llamas y humo en que se habían convertido las Torres Gemelas.)
¿Es racional suicidarse por otros motivos, por ejemplo, porque se ha perdido la fortuna, la familia y las amistades, la juventud, el sentido de la vida? Es difícil dar una respuesta que valga para todos los casos. Probablemente no se puede responder con un sí o un no absolutos. Seguramente hay personas que han sufrido traumas psicológicos, para las cuales sea muy difícil seguir existiendo. En todos los otros casos tiendo a pensar que existen opciones mejores que el suicidio. Una crisis personal, por dura que fuese, no siempre es una razón suficiente para quitarse la vida, aunque probablemente no se pueda salir de ese estado de depresión o frustración sin un cambio radical en la manera de entender la vida.
Insisto, no obstante, en la necesidad de tener bien en claro cuáles son las condiciones precisas que hacen éticamente justificable el suicidio asistido por el médico en el caso de pacientes en estado terminal. De lo contrario se entorpece un debate ya de por sí complicado: el debate público sobre la despenalización y legalización de la eutanasia.