Hoy quisiera llamar la atención sobre un tipo de argumento particular usado en bioética, el “argumento de la realidad”, como propongo llamarlo. ¿En qué consiste ese argumento? Veámoslo con un ejemplo.
Durante la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019) y luego de Alberto Fernández (2019-2023), se discutió mucho en Argentina sobre el aborto. Mientras que una parte importante de la población se oponía a su legalización, otra, tal vez más numerosa aún, abogaba por la sanción de una ley de aborto seguro y gratuito. (La ley terminó siendo aprobada en diciembre de 2020.)
Los principales argumentos que esgrimían los defensores de la legalización giraban en torno a la autonomía de la mujer (“mi cuerpo, mi elección) y al estatus moral “marginal” del embrión (“los embriones no son personas, sobre todo, los embriones que se encuentran en las primeras semanas de desarrollo”).
En el calor de la disputa, no era raro escuchar un tercer tipo de argumento, el “argumento de la realidad”. Este podía expresarse más o menos así:
“Nos guste o no, el aborto es una realidad en nuestro país. En el pasado, se recurrió al aborto; en el presente, se recurre al aborto, y en el futuro se seguirá recurriendo al aborto. Frente a una práctica tan extendida y persistente, no podemos cerrar los ojos. Hay que ver la realidad de frente. En concreto, si una práctica no puede ser erradicada, entonces lo mejor que podemos hacer es aceptarla y darle un marco legal que regule su ejercicio.”
No viene al caso entrar en detalles sobre el caso argentino, solo me parece importante recordar que entonces se hablaba de una cifra de entre 400.000 a 500.000 abortos clandestinos practicados cada año, lo que tenía como consecuencia no solamente el florecimiento de un negocio en negro, sino, lo que era peor, un número enorme de mujeres hospitalizadas por mala praxis. Muchas de ellas terminaban estériles de por vida. Además, los abortos mal ejecutados constituían la principal causa de muerte en las mujeres embarazadas.
Por supuesto, el “argumento de la realidad” no se aplicaba solo en Argentina, ni tampoco se empleaba solo con relación al aborto. De hecho, yo en mi Eutanasia y autonomía echo mano de un argumento similar con el objetivo de defender la causa de la legalización de la muerte asistida. (Obviamente, no es el principal argumento que allí desarrollo; hay otros argumentos que considero más relevantes que el de la realidad, pero este último desempeña sin duda un papel en la argumentación.)
El punto que señalaba en mi libro era este: la eutanasia ha sido, es y será una práctica de fin de vida. Ante una práctica tan consolidada, no podemos hacernos los desentendidos. La actitud del que hace la vista gorda es, en el mejor de los casos, hipócrita. Lo mejor que podemos hacer es encarar las cosas de modo realista y práctico, y legalizar la eutanasia. No hay nada peor que dejar que una práctica se desenvuelva a la sombra de la clandestinidad.
Es importante aclarar que el argumento de la realidad es bastante débil librado a sus propias fuerzas. La razón es clara: hay muchas prácticas muy extendidas en nuestra sociedad que no quisiéramos legalizar. Por ejemplo, la corrupción política es un mal endémico en casi todos los países, pero sería cínico decir que “lo mejor que podemos hacer es reconocerla y legalizarla”.
El tema aquí es que no solamente hay argumentos más sólidos a favor del aborto o de la eutanasia que el argumento de la realidad, sino que nadie, ni siquiera el político más caradura, estaría de acuerdo con defender públicamente la corrupción.
Hay prácticas sociales que son reprobables mire como se las mire, mientras que otras son aceptables, al menos para cierto grupo. El aborto o la eutanasia son cuestiones sumamente polémicas, pero ningún oponente va a negar que el grupo contrario tiene argumentos al menos atendibles (aunque acto seguido aclare que son falsos desde su punto de vista).
Tomemos otro ejemplo, el de la pornografía infantil. Acá tampoco se podría hacer uso del argumento de la realidad, porque es cierto –es lamentablemente cierto– que esta es una práctica difundida, pero nadie podría exponer buenos argumentos a su favor en un debate público.
En cambio, el caso de la legalización de ciertas drogas para uso recreativo sí se presta para el empleo del argumento de la realidad. Por más de que a mí personalmente no me interese el mundo de las sustancias psicoactivas (solo consumo alcohol), me es perfectamente comprensible que un grupo de personas argumente a favor de la legalización del cánnabis, ya que, entre otras razones, “su uso está sumamente difundido entre jóvenes y no tan jóvenes”.
En síntesis, el tipo de argumento que aquí denomino “de la realidad” es un argumento que complementa los restantes argumentos que pueden esgrimirse a la hora de abogar por la legalización de una práctica hasta el momento prohibida, sea el aborto, la eutanasia o cualquier otra cuestión que interese a la bioética. Lo importante es tener en cuenta que una práctica no puede legalizarse por el solo hecho de existir y ser prácticamente imposible de erradicar. Podemos usar el argumento de la realidad solo si existen buenos argumentos adicionales, públicamente defendibles, en apoyo de esa práctica, por más que una parte importante de la población esté en desacuerdo.