¿Cuál es la diferencia entre la ética y la ética religiosa?
En realidad, las diferencias son varias.
En primer lugar, la ética (uso el término ética a secas, aunque podría referirme también a la ética laica) construye su teoría normativa, su sistema de normas y principios, sin recurrir a ninguna instancia teológica. La herramienta de trabajo es aquí la razón, no la revelación, o la tradición, o las Escrituras.
En segundo lugar, la ética laica no recurre a Dios ni a ningún aspecto religioso o espiritual a la hora de fundamentar su teoría normativa, esto es, a la hora de darle un fundamento al sistema de normas y principios. Ante la pregunta: “¿Por qué debemos hacer x?, o ¿por qué debemos guiarnos por el principio p?, la respuesta no puede ser: “Porque Dios así lo quiere, porque es lo que nos manda la divinidad”.
En tercer lugar, la ética laica no puede echar manos a motivaciones extramorales de tipo religioso cuando elabora sus consideraciones psicológicas. Por ejemplo, si alguien pregunta por qué debemos atenernos al principio p, la respuesta no puede ser “porque Dios te está mirando y, si actúas bien, te recompensará, mientras que, si actúas mal, te castigará”.
En síntesis, la ética laica prescinde de todo recurso a la dimensión religiosa en el momento de diseñar su sistema de normas y principios, de darle una fundamentación y de individualizar motivos para la adopción de la conducta moral correspondiente.
Esto no significa que el filósofo que se dedica a la ética deba ser forzosamente ateo, agnóstico o antirreligioso. En todo caso, pondrá la cuestión de Dios entre paréntesis. (Tal vez no sea del todo desatinada esta comparación: un ingeniero puede ser profundamente religioso, pero a la hora de diseñar un puente, podrá de lado la cuestión de Dios y procederá con sus cálculos tal como lo hace un ingeniero agnóstico o ateo.)
Por todo lo anterior, creo que no necesitamos a Dios (ni tampoco al diablo) para llevar a cabo los tres objetivos principales de la ética filosófica: la determinación del sistema normativo, su fundamentación y la especificación de los motivos para la acción moral.
En este contexto, ¿qué sería para mí la ética religiosa? La respuesta salta a la vista: se trataría de una disciplina que recurre a la teología, a la tradición eclesiástica y a la revelación a fin de diseñar su sistema normativo, de fundamentarlo y de distinguir los motivos morales.
Por ejemplo, en las religiones abrahámicas el punto de partida podrán ser los diez mandamientos que Moisés recibió del dios del Antiguo Testamento. Por otro lado, la voluntad divina podrá ser el fundamento último de la moral (“debemos observar los diez mandamientos porque así lo dispuso Dios, que es nuestro Señor y nuestro padre”).
La célebre observación de Dostoievski según la cual “si Dios no existe, todo está permitido”, no tiene asidero en el seno de una cultura secular. Se aplica, sin duda, en el caso de una cultura profundamente religiosa, pero no en una sociedad que, desde hace siglos, viene desarrollando una manera de pensar laica.
Puede ser que aquí valga esta comparación: si una persona está encerrada en un cuarto oscuro y, de golpe, le abren de par en par las ventanas para que entre el sol de mediodía, lo más probable es que al principio no vea nada. La luz tan intensa y tan de golpe nos puede cegar. Bueno, lo mismo puede pasarle a una persona que durante años fue profundamente creyente y de golpe pierde la fe: creerá que entonces todo está permitido.
De todos modos, alguien me puede reprochar el estar malinterpretando la ética religiosa. Me imagino la siguiente declaración: “La ética religiosa no es un complemento vetusto e innecesario de la ética laica, es algo totalmente distinto. La persona profundamente religiosa, la persona que ve a Dios, que intenta diariamente comunicarse con Él, es una persona que amará a todos y buscará hacer el bien sin importarle las recompensas, ni las de esta vida ni las de la otra. La persona profundamente religiosa es alguien que se entrega totalmente al otro y, de esta manera, trasciende sus propios límites, va más allá de este mundo. La ética laica supone que el fin del hombre es la autorrealización, la satisfacción de todas sus necesidades, el despliegue de todas sus potencialidades. Pero esto es un error o, mejor, un espejismo. El hombre nunca puede realizarse ni sentirse satisfecho ni llegar a ser feliz. La única manera de superar esta trampa es entregándose a Dios y a los otros, amándolos. Este es el secreto de toda religión, de toda ética religiosa, aunque luego sea traicionado por las iglesias y los credos. La semilla de verdad que está en toda religión, antigua o moderna, occidental y oriental, es esta: que hay que entregarse totalmente a lo otro, a los otros, para poder uno finalmente hallarse a sí mismo, que solo dando nos enriquecemos, que solo negándonos nos afirmamos.”
Felicidades. Por si fuera de su interés: Manual de ética. (Para el ciudadano, el político y el científico), Ed. Doce Calles, Aranjuez, 2021. Un texto muy interesante. Saludos.
¡Muchas gracias por la sugerencia, Ernesto! Lo voy a tener en cuenta. M.