La vida, para afirmarse, debe negar; para construir, destruir.
El carpintero tiene que derribar un roble para hacer su mueble. La mesa resultante es un objeto valioso, pero también lo era el árbol antes de caer.
Cada vez que comemos se consuma un sacrificio: algo, alguien ha muerto para que nosotros vivamos.
¿Es acaso la existencia un juego de suma cero? ¿Adicionamos valor al mundo pero tras haberle sustraído la misma cantidad previamente?
Esta duda es mortífera, pero los hombres tienen una respuesta tranquilizadora: el hombre, dicen, le agrega un valor al mundo, le da un plus que antes no tenía. El hombre es creador o, en todo caso, cocreador, saca valor de la nada.
Así, los artefactos humanos serían más importantes que los objetos naturales, lo que crea la visible mano del hombre sería más valioso que lo que ha hecho la invisible mano de la naturaleza.
Hegel decía que el más miserable de nuestros cuadros y la más simple de nuestras sinfonías superaban ampliamente el espectáculo visual y auditivo que nos ofrece la naturaleza.
Es discutible la verdad de esta aseveración, pero no su eficacia: gracias a ella, el hombre se siente justificado al actuar (destruir/construir).
Alguien podría exclamar: “¡Pero no puede ser de otro modo! ¡El hombre no ha venido al mundo para quedarse de brazos cruzados! Está en su naturaleza hacer, crear, conquistar, explorar. En todo caso, al hombre puede exigírsele ser más cuidadoso, más respetuoso, esto es, destruir lo menos posible y construir lo más posible. Eso sí es comprensible. Pero quienquiera que haya traído el hombre al teatro del mundo, sabía de antemano que no introducía a un simple espectador más, sino a un actor, es más: al protagonista de la obra.”
Tal vez la esencia de la ética sea esa: si el hombre no puede estar en este mundo de brazos cruzados, esto es, sin ser hombre, que se proponga lograr entonces un máximo de creación con un mínimo de destrucción, que procure la mayor belleza posible a costa de la menor fealdad posible.
¿Quién sabe si el verdadero espíritu religioso no es el que nos lleva a recogernos y sentirnos compungidos cada vez que estamos por destruir algo, y a propiciar un rito de agradecimiento cada vez que acabamos de construir algo?