A veces se dice que la filosofía es una actividad superflua, que no hace nada más que ocuparse de su propio pasado. Pero adueñarse del pasado, reinterpretándolo una y otra vez, no es una ocupación ociosa; toda sociedad madura tiene ese deber. Es como cuando una persona se sienta a recordar su vida anterior y se admira de los conceptos que antes tenía y de los criterios de que entonces se servía. Reflexionar sobre nuestro pasado (individual o colectivo) es la manera de volvernos más conscientes de nuestro presente, de los factores que posibilitan -y que determinan- nuestra conciencia actual.
