Me interesa aquí resaltar un aspecto de la posición de Robert Pfaller al que generalmente no se le da toda la importancia que merece cuando se presenta y discute su teoría. El punto es este: Pfaller considera que el individuo contemporáneo se halla en una situación paradójica. Por un lado, nunca antes contaba con tantos objetos para el consumo, y con una sociedad que permanentemente le instaba al goce. Por otro lado, ese mismo individuo se ha vuelto incapaz de gozar, de disfrutar plenamente de aquella abundancia que se le ofrece. Y no es que carezca de deseos: carece de la capacidad de relacionarse con el objeto del deseo. Como contrapartida, podría agregarse, el individuo de épocas pasadas se hallaba en la situación contraria: él sí era capaz de gozar, sabía entregarse individualmente y, sobre todo, en comunidad a lo otro, pero la carestía imposibilitaba que se diera al goce, al menos en la medida en que hoy seríamos capaz. Para decirlo burdamente: Dios da pan a quien no tiene dientes, y dientes a quien no tiene pan.
Lo que se pasa por alto aquí es justamente este aspecto: El incremento del control, esto es, del control del hombre sobre la naturaleza y de cada uno sobre sí mismo y su prójimo, es la condición gracias a la cual es posible crear la riqueza y estabilidad de que disponemos. Pero ese mismo incremento del control y del autocontrol es lo que nos quita la espontaneidad, la capacidad de relacionarnos sin prejuicios con los otros, la disposición a entregarnos a lo otro. El cálculo desplaza y sofoca nuestra vida afectiva. Así, hemos perdido el sentido de la fiesta, ignorando esa otra “mitad del hombre” de la que hablaba Octavio Paz, “ésa que se expresa en los mitos, la comunión, el festín, el sueño, el erotismo”. (El laberinto de la soledad)
Lo que me parece especialmente importante en esta posición es el supuesto antropológico sobre el que se basa y que podría sintetizarse así: El hombre, en sus comienzos, tenía una capacidad innata de entregarse plenamente, de vivir, gozar o sufrir. La otra cara de esa medalla era su incapacidad para dominar la naturaleza, para formar gigantescas unidades políticas, para controlar su fantasía en pro de una visión más racional del mundo y la historia. El proceso de la civilización es el paso hacia esas formas de dominio y autodominio crecientes y hacia modos de pensar más racionales. Particularmente en las últimas décadas transitamos una espiral creciente de control, de previsión, de cálculo, y la consecuencia de ello es el no ser ya capaces de gozar totalmente, de llegar el éxtasis, de transcender nuestro diminuto yo egoísta en una fusión transitoria pero efectiva con el otro y con lo otro.
Una última observación: creo que Pfaller se equivoca al adoptar una postura voluntarista en el tratamiento posterior que hace de esta cuestión. Volver a adquirir la capacidad de gozar en nuestras sociedades opulentas no puede pasar por un simple acto de voluntad del individuo aislado tras haber tomado conciencia de la situación presente. El trabajo de conformación de los procesos sociales, procesos que abarcan siglos y milenios, no puede ser borrado simplemente de un plumazo.