Del dolor

Todos hemos tenido alguna vez –o muchas veces– la experiencia de nuestro cuerpo jugándonos una mala pasada. ¡Qué sensación devastadora esa! ¿Cómo puede ser posible –nos preguntamos, consternados– que el cuerpo, ese cuerpo que tanto nutrimos, cuidamos, calentamos, protegemos, limpiamos, ejercitamos, mimamos, nos juegue en contra, se empaque, nos cause dolor y malestar, se vuelva incontrolable, incluso nos abandone? ¿No era acaso el cuerpo nuestro mejor amigo, nuestro perro fiel, nuestra fuente inagotable de placer, nuestra máquina confiable y programable? Y, sin embargo, todos hemos experimentado la enajenación de nuestro cuerpo.

¡Qué fácil es ser amigos de nuestro cuerpo cuando todo va bien, cuando somos jóvenes, cuando estamos sanos y completos, cuando podemos satisfacer las necesidades! ¡Pero qué difícil es seguir viendo a nuestro cuerpo como al amigo de siempre, como a nuestro compañero inseparable de viaje, como a nuestra media naranja, en la adversidad, esto es, cuando envejecemos, enfermamos, sufrimos un accidente o perdemos la capacidad de cubrir sus demandas elementales!

¡Con qué ligereza caemos entonces en la decepción y empezamos incluso a odiar a nuestro cuerpo, que en realidad es una forma más del odio a uno mismo!

Nosotros, los seres humanos contemporáneos, somos víctimas de una ilusión. No vamos a enfermar –nos decimos– y, si enfermamos, pronto la medicina curativa nos va a reestablecer la salud. No vamos a envejecer, y si envejecemos, la medicina regenerativa nos va a restituir la juventud. No vamos a tener dolor, y si empezamos a sufrir, la farmacología nos va a devolver el bienestar. No vamos a morir, en fin, y si comenzamos a acercarnos peligrosamente al momento crucial, la reanimación nos va a resucitar.

Es cierto –nos aclaran los científicos– que aún no tenemos la clave para devolverles a todos la salud, la juventud, el bienestar y la vida, pero pronto la tendremos. Estamos a un tris de vencer esas calamidades. ¡A no desfallecer justamente ahora, que queda tan poco camino! Y, en el peor de los casos, si no seremos nosotros, serán nuestros hijos los que alcancen la tierra prometida.

Pero ¿podrá ser cierto? ¿No serán esas promesas de la modernidad meros engaños nacidos, por un lado, de la incapacidad de aceptar la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte, y, por otro, de la confianza excesiva en nuestras capacidades humanas?

Las religiones nos ofrecen una manera distinta de enfrentarnos a esos males. Ahí el punto no es verlos como pura negatividad a eliminar, sino como parte esencial e incluso positiva de la existencia. La vida religiosa, así, se vuelve una larga preparación para cuando enfermemos, envejezcamos, suframos y agonicemos. La santidad solo se logra –nos predican– aceptando la enfermedad, la decrepitud, el dolor y la muerte, sobrellevando todo con estoicismo y abnegación. Esos males son el fuego que templa la espada, la lluvia que lava la tierra. No puede haber existencia plenamente humana que no haya pasado por al menos una prueba.

Pero ¿podrá ser cierto también esto? ¿No serán las enseñanzas de las religiones un engaño del pasado, una reliquia de un tiempo en el que no quedaba otra que hacer de la necesidad virtud?

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About Marcos G. Breuer

I'm a philosopher based in Athens, Greece.
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2 Responses to Del dolor

  1. Avatar de madelynruiz madelynruiz dice:

    Magnífica reflexión, gracias.
    Freud, al descubrir la pulsión de muerte, trajo una subversión radical a la concepción de la existencia: toda pulsión está destinada a volver a su origen, a lo inanimado. Entonces, no se trata de la propuesta religiosa de hacer de la necesidad virtud; es de entender que la pregunta a responder no es por qué enfermamos, por qué morimos, sino porque nos mantenemos sanos, por qué vivimos. J. Lacan respondió a esto con el deseo.
    Un abrazo

    • Un gusto, Madelyn, leer tu comentario. Y, sí, damos por sentado todo aquello que en realidad deberíamos problematizar: la vida, la salud, el bienestar, la longevidad, la libertad y tantas otras cosas más. Un abrazo.

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