El gobierno de Canadá dispuso diferir un año más la entrada en vigor de una cláusula especial de la nueva ley de ayuda a la muerte voluntaria. Se trata de la cláusula según la cual también los pacientes que sufren únicamente graves e incurables enfermedades psicológicas pueden solicitar asistencia para poner fin a sus vidas.
Esta cláusula es controvertida y delicada por varias razones, pero, sobre todo, por una: porque la sociedad canadiense se adentraría así en terra incognita, en una práctica sin precedentes. La ayuda a morir dada a algunos pacientes que sufren enfermedades físicas (como el cáncer o la esclerosis) es ya aceptada en muchos países del mundo, especialmente si el paciente se halla en un estado terminal o tiene una perspectiva de vida muy acotada. Pero todavía no hay países que acepten la eutanasia en el caso de un trastorno psiquiátrico.
La postergación por un año más me parece una medida razonable dada la novedad y, sobre todo, la dificultad de la aplicación de esa cláusula. Por ejemplo, no hay aun suficientes psiquiatras en Canadá dispuestos a dar la segunda opinión, uno de los requisitos centrales para que la solicitud del paciente pueda ser aceptada. Dada la magnitud del cambio legal y social, y considerando las carencias de personal, de infraestructura, etc., es mejor avanzar con pie de plomo.
De todos modos, este retraso supone una gran desazón para muchas personas, en particular para los pacientes que estaban esperando la llegada del próximo marzo. Por más que personalmente ame la vida, sé que hay trastornos que la hacen invivible, a pesar de toda la ayuda que podamos poner a disposición de los afectados. Hay personas para las que la vida es una tortura porque tienen una enfermedad psíquica incurable y grave que les permite disfrutar incluso de las cosas más simples de la existencia. Quienes se oponen a la eutanasia para este grupo de pacientes no entienden que la vida no es, de por sí, un don fabuloso.
Huelga aclarar que extender la posibilidad de la eutanasia voluntaria a los pacientes psiquiátricos no significa desentenderse del problema. Al contrario, como sociedad tenemos que redoblar los esfuerzos para buscar curas y tratamientos a las enfermedades de todo tipo, corporales e incorpóreas.
Sé que algunas personas profundamente religiosas pensarán que me equivoco, que lo que faltan no son nuevas leyes y nuevas curas, sino más amor, más compañía, más asistencia. Seguro que su sentencia es que la vida contemporánea se ha medicalizado, y la medicina contemporánea se ha deshumanizado.
El problema para mí es el siguiente: el hecho de que muchas personas podrían sobrellevar mejor sus padecimientos si se les brindara amor, es indiscutible. Pero no podemos obligar a que cada uno ame a su prójimo, a su vecino enfermo. El amor es un recurso harto escaso, y tenemos que organizar nuestras sociedades teniendo en cuenta cómo son las cosas, no como nos gustaría que fuesen.